Roumeli no se encuentra en los mapas actuales de
Grecia. No es una demarcación política
ni administrativa sino una denominación
regional, casi coloquial; similar a lo que en Inglaterra llamamos el West o el North
Country, los Fens o el Border. Su
extensión ha variado y su ubicación también ha ido cambiando de modo algo impreciso. Hace
unos si glos señalaba, a grandes rasgos, el norte del país (en oposición a
Morea, el archipiélago y las deshabitadas provincias de Asia Menor), desde el
Bósforo hasta el mar Adriático, y de Macedonia al golfo de Corinto. Tras la
guerra de la Independencia, el
significado del nombre se redujo y pasó
a designar sólo la parte sur de esta vasta superficie: la cinta montañosa de territorio situado entre
el golfo y la frontera norte. Esta línea
separaba el nuevo reino de Grecia de los irredentos parajes que políticamente
pertenecían aún al Imperio otomano, y se
prolongaba desde el golfo de Ambracia
hasta el golfo de Volos. Las guerras balcánicas y la Primera Guerra Mundial hicieron avanzar
las fronteras griegas. Se produjeron dos grandes saltos en dirección norte y se duplicó la extensión del país; pero
en boca de los griegos modernos Roumeli
sigue limitada a aquella zona entre el
golfo y la antigua frontera. Con ciertas reservas, de modo algo arbitrario y también algo
autoritario, quizá seducido por la
rareza y la belleza del nombre—el acento cae sobre la primera sílaba, haciendo de
Roumeli un dactílico—, he regresado a esta temprana y holgada denominación para
dar cobijo a mis vagabundeos. El uso de este término obsoleto y flexible me exonera de
hallar su estricto equivalente moderno, y al mismo tiempo otorga una ilusoria
apariencia de unidad a estos viajes hechos al azar. Y, lo que es mejor, el
propio trisílabo está lleno de ecos y alusiones, soterrados significados
profundamente vinculados al tema principal del libro.
Grecia está cambiando con rapidez, y la mayoría de lo que se escriba sobre ella estará en cierto modo pasado de moda el día en que vea la luz. La transcripción de estos viajes, emprendidos hace algunos años, y todos ellos motivados por abstrusas razones personales, conformaría una guía engañosa. Los cómodos coches cama han reemplazado a los destartalados autocares rurales, carreteras estupendas se abren camino atravesando el corazón de remotos pueblos y los hoteles brotan por doquier. Monasterios y templos a los que hasta hace bien poco sólo se podía acceder mediante solitarios y empinados ascensos, ahora sirven de dramático escenario para breves escalas técnicas de viajes multitudinarios altamente indoloros y sofisticados. Es la primera vez, desde Juliano el Apóstata, que el humo de los vehículos envuelve sus columnas, y el viajero necesita retirarse hacia las recónditas tierras del interior si quiere que su oído permanezca fuera del alcance de los transistores. Para muchos, todo esto es una fuente de beneficios materiales necesarios y, por supuesto, motivo de alegría. Y el ocasional griego o extranjero que disienta siempre puede retirarse, con paso majestuoso y petulante, a regiones más salvajes alejadas de los caminos trillados.
Grecia está cambiando con rapidez, y la mayoría de lo que se escriba sobre ella estará en cierto modo pasado de moda el día en que vea la luz. La transcripción de estos viajes, emprendidos hace algunos años, y todos ellos motivados por abstrusas razones personales, conformaría una guía engañosa. Los cómodos coches cama han reemplazado a los destartalados autocares rurales, carreteras estupendas se abren camino atravesando el corazón de remotos pueblos y los hoteles brotan por doquier. Monasterios y templos a los que hasta hace bien poco sólo se podía acceder mediante solitarios y empinados ascensos, ahora sirven de dramático escenario para breves escalas técnicas de viajes multitudinarios altamente indoloros y sofisticados. Es la primera vez, desde Juliano el Apóstata, que el humo de los vehículos envuelve sus columnas, y el viajero necesita retirarse hacia las recónditas tierras del interior si quiere que su oído permanezca fuera del alcance de los transistores. Para muchos, todo esto es una fuente de beneficios materiales necesarios y, por supuesto, motivo de alegría. Y el ocasional griego o extranjero que disienta siempre puede retirarse, con paso majestuoso y petulante, a regiones más salvajes alejadas de los caminos trillados.
Patrick Leigh Fermor: Roumeli. Viajes por el norte
de Grecia (Acantilado)
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