Τρίτη 31 Ιουλίου 2012

ΒΑΛΚΑΝΙΚΟΙ ΠΟΛΕΜΟΙ 1912-1913 (3)


La soberanía de Grecia sobre Creta se reconoció en esta época, pero la incorporación del norte del Épiro a la Albania independiente echó por tierra las esperanzas de Grecia de anexionar esta zona, donde había un importante núcleo de población griego.
A pesar de este contratiempo, las nuevas adquisiciones territoriales de Grecia eran realmente considerables. Los territorios de la Grecia Nueva sumaron alrededor de un 70% más a la extensión total del país, y el número de habitantes aumentó de 2.800.000 a 4.800.00, aproximadamente. No todos estos nuevos ciudadanos eran griegos. La mayor comunidad de Salónica, por ejemplo, era de judíos sefardíes, descendientes de los judíos expulsados de España en 1492, que todavía hablaban ladino y que, lejos de proclamar a los griegos sus libertadores, los consideraban sus competidores en el próspero comercio de la ciudad. En el resto de los territorios recién adquiridos había un número considerable de eslavos, musulmanes (principalmente turcos) y valacos, los cuales hablaban un dialecto rumano. En la mejor de las circunstancias, la integración de esos territorios, con semejantes grupos de distinto origen étnico, había ocasionado problemas, pero el proceso se complicó aún más con las repercusiones que tuvo para Grecia el estallido de la Primera Guerra Mundial.
En el verano de 1913, Grecia se había revelado ya como una potencia mediterránea importante.

Richard Clogg: Historia de Grecia (Cambridge University Press, 1998)


Σάββατο 28 Ιουλίου 2012

ΒΑΛΚΑΝΙΚΟΙ ΠΟΛΕΜΟΙ 1912-1913 (2)

El 1 de junio de 1913, Grecia y Serbia pusieron fin a su alianza con Bulgaria, lo que provocó el estallido de la Segunda Guerra Balcánica el 29 de junio del mismo año.
El Tratado de Londres había creado fricciones entre los aliados balcánicos, especialmente entre Serbia y Bulgaria. Una de las causas de la desavenencia fue la negativa de Bulgaria a reconocer la reivindicación Serbia sobre la posesión de determinadas áreas de Macedonia que se hallaban bajo control búlgaro. Además, Serbia deseaba vengarse por no haber podido conseguir ningún territorio en la costa adriática.
El 29 de junio de 1913, un general búlgaro, que no actuaba bajo las órdenes de su gobierno, lanzó un ataque sobre las posiciones defensivas serbias. Aunque el gobierno búlgaro negó tener conocimiento alguno de esta ofensiva, Grecia y Serbia le declararon la guerra a Bulgaria el 8 de julio.
Dos semanas después, Montenegro, Rumania y el Imperio otomano también le declararon la guerra a Bulgaria. El 30 de julio, los búlgaros, incapaces de enfrentarse a esta coalición, solicitaron un armisticio que les fue concedido.
Durante las negociaciones Serbia invadió el Reino de Albania y sólo se retiro ante un ultimátum austríaco.
Según el acuerdo de paz resultante, denominado Tratado de Bucarest y firmado en la capital rumana el 10 de agosto, Bulgaria perdió una parte considerable de su territorio, incluidos unos 7.700 km². que fueron asignados a Rumania. Entre otras compensaciones, la mayor parte de Macedonia pasó a formar parte de Serbia y Grecia. También Bulgaria tuvo que ceder una gran extensión de su territorio al Imperio Otomano en virtud de posteriores acuerdos.
Las Guerras Balcánicas influyeron profundamente en el curso posterior de la historia de Europa. (es.wikipedia.org)

Τρίτη 24 Ιουλίου 2012

ΒΑΛΚΑΝΙΚΟΙ ΠΟΛΕΜΟΙ 1912-1913 (1)

Las Guerras de los Balcanes fueron dos guerras ocurridas en el sureste de Europa de1912 a 1913. La primera enfrentó al Imperio otomano con la llamada Liga de los Balcanesformada por Bulgaria, Montenegro, Grecia y Serbia. El objetivo de la Liga era expulsar de Europa al Imperio y repartirse sus territorios balcánicos. La guerra acabó con la derrota del Imperio, inferior militarmente a los coaligados, pero por las desavenencias entre estos desembocó inmediatamente en un nuevo enfrentamiento militar, la Segunda Guerra Balcánica. La contienda comenzó oficialmente el 8 de octubre de 1912 y finalizó el 30 de mayo de 1913 con el Tratado de Londres.

En el año 1878, los otomanos perdieron el control en Tesalia, Bosnia y Herzegovina, Novi Pazar, noroeste y noreste de Montenegro, Rumelia y Dobruja.1 Tras la derrota diplomática rusa en la Crisis bosnia de 1908, ésta trató de recuperar su influencia en los Balcanesinduciendo a los países de la península a asociarse bajo su supervisión. En 1911, llegaba también a un acuerdo con Italia para cooperar con ella en la región. El mismo año, la derrota del Imperio otomano ante la misma Italia en la Guerra Ítalo-Turca que le permitió a esta anexionarse Libia y la continua inestabilidad en el Imperio hicieron que los Estados balcánicos viesen como inminente la partición de Macedonia (es.wikipedia.org)

En aquella época la cuestión de Macedonia volvió a convertirse en tema candente. Cuando Italia, que trataba de demostrar sus “credenciales” de gran potencia con la adquisición de un imperio colonial propio, atacó a los turcos en Libia, en 1911, los Estados eslavos de losw Balcanes –Serbia, Bulgaria y Montenegro- se lanzaron a explotar los problemas del Imperio. Venizelos, sin embargo, se hallaba en un dilema: por una parte, a diferencia de los serbios, los búlgaros y los monteneginos, los griegos “irredentos” no formaban un núcleo de población compacto sino que estaban diseminados por toda la península balcánica y el Mediterráneo oriental y eran, por tanto, muy vulnerables a las represalias turcas; pero, por otra, si Grecia se mantenía al margen, podía perder la oportunidad que se le ofrecía de participar en el reparto del botín que suponía Macedonia.
A pesar de la existencia de intereses contrapuestos, en la primavera de 1912 se firmaron tratados entre Serbia y Bulgaria y entre Grecia y Bulgaria, a la vez que se ponían en marcha las negociaciones para el tratado serbio-griego que se firmó en junio de 1913. En casos anteriores de turbulencia política en los Balcanes –como en 1878, 1885 y durante le época de la guerra griego-turca de 1897-, las grandes potencias habían intervenido de inmediato para proteger sus intereses y el equilibrio político en general. En el verano de 1912, siguiendo la misma pausa, afirmaron que no iban a tolerar ninguna violación de los límites territoriales establecidos. Pero en esta ocasión, los Estados balcánicos no se dieron por aludidos, y el 18 de octubre de 1912, Grecia, Serbia y Bulgaria siguieron el camino marcado por Montenegro (que había preparado su ataque bélico de antemano) y declararon la guerra al Imperio otomano.
Los aliados balcánicos, cuyo contingente militar sobrepasaba con mucho el número de soldados otomanos en Europa, lograron victorias espectaculares y rápidas. A principios de noviembre, soldados griegos habían capturado Salónica, adelantándose sólo unas horas a los búlgaros, que también reivindicaban esa rica ciudad comercial, con el mejor puerto del Egeo septentrional. La Armada griega, recientemente dotada, no tardó en demostrar su superioridad en el Egeo, liberando Quíos, Mitilene y Samos en el proceso. El Dodecaneso, sin embargo, había “temporalmente” ocupado por los italianos a principios del mismo año con la intención de presionar a los turcos para que abandonasen Libia, por lo que las “doce islas” no fueron incorporadas a Grecia hasta 1947. En febrero de 1913, soldados griegos capturaron Yanina, la capital de Épiro. Los turcos reconocieron oficialmente las adquisiciones de los aliados en el Tratado de Londres de mayo de 1913.
Richard Clogg: Historia de Grecia (Cambridge University Press, 1998)







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El 26 de octubre/ 8 de noviembre de 1912 el príncipe Constantino, al mando de las tropas griegas, entraba en Salónica, capital de Macedonia, horas antes de la llegada de las tropas búlgaras, que también deseaban hacerse con el importante puerto. Las victorias búlgaras habían tensado las relaciones greco-búlgaras por la ausencia de un acuerdo previo de reparto territorial. Grecia, al haber logrado el control de la mayor parte del territorio en disputa, se encontró en una posición negociadora ventajosa. Los intentos de lograr un acuerdo de reparto, que comenzó con propuestas griegas una semana después del comienzo de la guerra, no tuvieron éxito ante la gran diferencia de posturas. (es.wikipedia.org)

Παρασκευή 20 Ιουλίου 2012

ΤΟ ΧΡΕΟΣ ΜΑΣ ΠΡΟΣ ΤΗΝ ΑΘΗΝΑ

Nuestra deuda con Atenas
Charlatanes y discutidores, los griegos inventaron casi todos los caminos del saber
Carlos Gracía Gual (elpais.com, 7/7/2012)
Inauguraron una actitud ante el mundo: tenían un inaudito afán de conocer y conocerse, entusiasmo por la libertad, anhelo de belleza cotidiana y una animosa confianza en el diálogo. En las orillas del mar, “sonrisa innumerable de las olas” y camino de infinitas aventuras, inventaron leyes, exploraron el cosmos y teorizaron con entusiasmo. Para retratar el carácter ateniense, Pericles dijo, según cuenta Tucídides: “Amamos la belleza sin ostentación y buscamos el saber tenazmente”. Admirable lema para una ciudad y una cultura. Y solo a un griego como Aristóteles se le pudo ocurrir como algo evidente que “por naturaleza, todos los hombres anhelan el saber”. A otros pueblos los definen otros afanes: aman la piedad religiosa, el dinero, las guerras de conquista, el fútbol o la gastronomía. Solo en Grecia “filosofar” no fue un raro oficio profesional, solo allí fue la política una tarea común de la democracia. En Atenas, la educación comenzaba por saber poesía (Homero, sobre todo) y acudir al teatro de Dioniso. Otras ciudades anteponían el atletismo, la gimnasia y las hazañas bélicas.
Los dioses griegos, hechos a imagen y semejanza de los seres humanos, incluso demasiado humanos, pero más hermosos, frívolos y felices, no acongojaban la vida de sus creyentes; fiestas colectivas y certámenes deportivos eran frecuentes y populares. Frente al despotismo de otros pueblos, como los persas, los griegos —cuenta Heródoto— se sentían orgullosos de obedecer solo a sus propias leyes; frente al hieratismo de los sabios egipcios, creían en la vivacidad y la belleza de lo efímero con entusiasmo juvenil. El arte en otros países es rígido, solemne y atemporal; el de los griegos expresa el amor a lo humano embellecido y trágico, como hacen a su modo sus poetas y sus pensadores.
La inquietud intelectual, la exploración del mundo y de uno mismo, la pregunta por la naturaleza y la condición humana son rasgos históricos del helénico estar en el mundo. Sabiendo que “todo fluye” (Heráclito) y “no todo lo enseñaron desde el principio los dioses; con el tiempo, avanzando en su busca, los hombres encuentran lo mejor” (Jenófanes), y “el ser humano es la medida de todas las cosas” (Protágoras), y “la medida es lo mejor” (uno de los siete sabios), y “la vida irreflexiva no es digna de vivirse” (Sócrates).
Los griegos inventaron o rediseñaron casi todos los caminos del saber: los más clásicos géneros literarios (poesía épica y lírica, la tragedia y la comedia), la historia, la filosofía y la medicina, las matemáticas, la astronomía, la política y la retórica, la ética y la astronomía y la geografía, los juegos atléticos, la escultura y las artes plásticas, etcétera. Pero más allá de los datos concretos, de todo el inmenso y prolífico legado que anima las raíces de nuestra cultura, lo más admirable es esa apertura o inquietud del espíritu. Lo que el léxico recuerda en tantísimos vocablos de abolengo heleno: kosmos, physis, philosophía, téchne, nomos, demokratía, politiké, poíesis, mythos, logos, historía, arché, théatron, etcétera. (Es decir, universo y orden, naturaleza, filosofía, arte y técnica, ley, democracia, ciudadanía, poesía, mito, palabra y razón, historia, principio, teatro, etcétera). Si nos pidieran definir lo griego en dos palabras, elegiríamos logos y polis, con el visto bueno de Aristóteles, que definió el ser humano (ánthropos) como una animal de ciudad (zoon politikón) que tiene logos. (Logos es intraducible por su amplio campo semántico: significa “palabra, razón, relato, razonamiento, cálculo” y su sentido se precisa en el contexto). Dios es fundamentalmente logos, dirá el evangelio de Juan. Como animal lógico y político, el hombre necesita el diálogo y el ágora y el teatro. Exageraba Borges cuando dijo: “Los griegos inventaron el diálogo”, pero ciertamente lo practicaron más que ningún pueblo. Eran charlatanes y discutidores sin tasa. Platón escribió toda su filosofía en diálogos dirigidos por Sócrates, inolvidable conversador.
Frente al logos estaba, como sabemos, el mythos (relato antiguo y memorable). En la competencia de ambos, una historia bastante conocida, se impuso el primero, que explicaba el mundo de modo más objetivo y, como diría alguno, más rentable. Porque con él se podía razonar sobre todo: “Justificar las apariencias” o “salvar los fenómenos” (según Anaxágoras) y demostrar que existe “una armonía oculta mejor que la visible” (Heráclito). La lógica y los silogismos justificaban la realidad mucho mejor que los fantásticos mitos. Aun así, el mito subsistió en la imaginación y la literatura.
Y debemos dar gracias (y no solo a los dioses) por los encantos de su espléndida mitología. Aunque ya no sintamos devoción por los dioses griegos ni hagamos poemas a sus héroes, pensemos qué pobre sería nuestro imaginario y nuestro arte sin sus figuras seductoras, sin sus nombres y gestas. Sin Odiseo ni Hércules, sin Orfeo ni Edipo, sin la bella Helena; sin Dioniso, sin Afrodita, sin Prometeo, y otros fantasmas familiares. No hay en la cultura universal ningún otro repertorio fabuloso comparable en fantasía dramática ni en prestigio literario.
No voy a insistir en los prestigios míticos, pero sí quiero apuntar que se prestan a múltiples reciclajes y recreaciones (que fueron materia constante del teatro clásico). A menudo de hondo trasfondo humanista. Un ejemplo: Prometeo les robó el fuego a los dioses para dárselo a los humanos (que sin él habrían muerto pronto de hambre y frío). Según Esquilo, inventó todas las artes y técnicas: de la navegación a la medicina, incluyendo la escritura, los números (“el saber más alto”) y la mántica. Por ello, Zeus lo castigó y tuvo que sufrir tormento en el Cáucaso, redentor rebelde y revolucionario. Había irritado a los dioses su “amor a los humanos”, su titánico trópos philánthropos.
La philanthropía, otra clara palabra griega, está relacionada en un viejo texto hipocrático con philotechnía (amor a la téchne, otra palabra de difícil traducción, es tanto “técnica” como “arte, oficio”). Ambas cosas deben ir unidas, en la intención del viejo Titán y en la del anónimo escritor. La filantropía es un hermoso concepto que se desarrolló sobre todo en el helenismo, cuando algunos griegos posalejandrinos hicieron notar que la distinción usual entre “griegos” y “bárbaros” no debía fundarse en la raza ni en el país de origen, sino en la educación y la cultura (paideia). Solo esta marcaba la diferencia entre unos y otros. Los estoicos, entonces, sostenían la fraternidad de todos los seres humanos, miembros de una sola comunidad, que compartía el logos. En latín, paideia se tradujo acertadamente como “humanitas”. (Se nos va quedando lejos la idea griega de educación, cuando la reducimos a un aprendizaje de “destrezas” y manejo de diversas tecnologías orientadas a lo más rentable, algo que no entraba en la idea antigua de la educación, la que heredó y desarrolló a su sombra el humanismo europeo).
En las estatuas de los jóvenes y en las de los dioses se aprecia el sentido helénico de la belleza, idealizada en la época clásica y más realista y apasionada luego. Un ideal de belleza que ha perdurado siglos. Pero la seducción de sus imágenes no solo se halla en los grandes monumentos y no solo anima los textos más clásicos, sino que animaba el encanto de sus artes menores. Una copa o una urna griega reflejan el mismo afán por lo bello. No solo nos fascinan los templos de esbeltas columnas o los vastos teatros, sino también las pequeñas esculturas o las escenas de la humilde cerámica, que atestiguan una vivaz y original artesanía de gracia inimitable. Incluso en sus logros más sencillos se percibe la “noble sencillez y serena nobleza”, según la famosa frase de Winckelmann.
Platón escribió que el impulso natural del filosofar estaba en la admiración. Dice Heródoto que la historia se escribe para salvar del olvido “hechos y cosas admirables”. Admirarse del mundo motivó su incesante ardor creativo y su busca de explicaciones en los ámbitos más diversos de la poesía y la cultura. Frente al moderno y fáustico homo faber, entregado con furor a la tecnología y la mecánica, el griego era contemplativo y dialogante, entusiasta de la belleza del cuerpo y del alma, experto en viajes odiseicos.
El amor por la Grecia antigua y el estudio histórico del mundo clásico marcaron el humanismo europeo desde el Renacimiento hasta el siglo XX. La imagen idealizada de Grecia revivió en el estudio filológico de los textos y la arqueología de sus ruinas. El filohelenismo tuvo larga vigencia en la Europa ilustrada y la romántica. Keats dijo: “Los griegos somos nosotros”. Son los europeos —alemanes, ingleses, franceses, italianos— quienes han recobrado a fondo la cultura clásica en Grecia, quienes han estudiado tan a fondo a Homero y a Platón. La nostalgia de lo helénico fue un síntoma europeo.
En su artículo ¿Por qué Grecia?, evocando el libro de J. de Romilly, Vargas Llosa recordaba cuánto guarda Europa de su luminosa cultura. Tal vez, sí, nos estemos alejando, a zancadas, de ella. Cierto es que la economía no suele ser compasiva con la cultura. Cierto que los griegos de hoy no son los hijos de Pericles. Pero aun así, pensar en una Europa que deje excluidos a los griegos, parece —no solo en un plano simbólico— un gesto notablemente bárbaro, muy en contra de nuestra tradición humanista.

Παρασκευή 6 Ιουλίου 2012

ΕΛΛΗΝΙΚΑ ΓΡΑΜΜΑΤΟΣΗΜΑ 3. ΑΓΙΟΝ ΟΡΟΣ 2

2009

Diez días en los monasterios del Monte Athos
viajeros.com
El Monte Athos es, probablemente, el lugar más impenetrable de Europa. Las mujeres y los animales hembra tienen prohibida su entrada, y los hombres precisan un permiso de ardua obtención para acceder a él.
El viaje que realicé a diez de los veinte monasterios ortodoxos del Monte Athos, en Grecia, permanece en mi memoria como uno de los más íntimos de mi vida, superando incluso al Camino de Santiago en España (donde últimamente demasiada gente va solo a hacer “footing” o a ligar). La autorización para viajar a este Monte Santo se llama diamonitirion, y es de difícil consecución; previamente se ha de exponer ante las autoridades religiosas de Tesalónica (en el “Pilgrims’ Office”) y al “Department of Political Affairs of the Ministry of Macedonia and Thrace” unos motivos claros y relacionados con la vida monástica para lograrlo, pues el Monte Athos posee un status especial dentro de Grecia, casi similar al Vaticano en Italia, aunque para asuntos religiosos se dirigen al Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, como allí siguen llamando a Estambul. Diariamente conceden a diez personas el privilegio de recorrer durante cuatro días improrrogables ese territorio tan hermético, pero yo tuve la increíble fortuna de permanecer en él diez días en los cuales pernocté en diez diferentes monasterios. De los veinte, diecisiete son Griegos, uno es Búlgaro, otro Serbio y otro Ruso.
La Península de Calcídica, o Khalkidhiki, en el Mar Egeo, se compone de tres “dedos”: Kassandra, Khersonisos Sithonia, y el tercero es llamado Ágion Óros, o Monte Athos, un lugar religioso cuyo primer monasterio cristiano fue fundado en el siglo IX. Actualmente la población es de alrededor de 1600 monjes, pero en el pasado albergó a 5000. Además de los veinte monasterios oficiales también existe lo que se llama “skites”, o casas de monjes en el territorio de cada abadía (que en general son Griegas, aunque también se hallan dos skites Rumanas), y ermitas donde los monjes ayunan y realizan sus plegarias al Todopoderoso.
Cada monasterio es una maravilla y contiene tal cantidad de regalos de Reyes y Emperadores, gemas preciosas únicas en el mundo, frescos primorosamente acabados, una incalculable cantidad de iconos centenarios dibujados con maestría infinita, lámparas de oro macizo, manuscritos antiguos, Biblias de los primeros cristianos, cálices y otras reliquias, etc., además de una arquitectura asombrosa. Si se multiplican por veinte todas estas prodigiosas riquezas, los tesoros que alberga el Monte Athos están más allá de la imaginación. Cada día en los monasterios del Monte Athos era especial, como un milagro; ese peregrinaje, o viaje interior, te ayuda a apreciar mejor las pequeñas cosas y la vida te parece sagrada y bella.
A lo largo de su historia el Monte Athos ha sufrido depredaciones de piratas, sobre todo Árabes y Turcos, pero los peores latrocinios y de los que peor recuerdo guardan los monjes hasta el día de hoy, son de los almogávares, esa banda de forajidos de la Corona de Aragón (aunque hay que decir como descarga nuestra que prácticamente ninguno de esos almogávares era Aragonés propiamente, sino mercenarios Europeos y algún Catalán que otro) que degollaron a indefensos monjes y pillaron los monasterios para después llevarse a Barcelona como botín los tesoros robados a sangre y fuego. El cabecilla de esa pandilla de almogávares era el mercenario y pirata de origen Alemán Roger de Flor (que para más inri tiene una calle con su nombre en Barcelona, además de otra dedicada a los Almogávares), que fue asesinado en Adrianopolis (actual Edirne, en Turquía). A los almogávares, para vengarlo (lo que se conoce en la Historia como “la furia catalana”), no se les ocurrió otra cosa que saquear los monasterios del Monte Athos degollando a sus indefensos monjes y robando todo el oro que pudieron encontrar. Pero lo que quemaron y destruyeron era todavía más valioso que las toneladas de oro y joyas sagradas que se llevaron al puerto de Barcelona. En el monasterio de Vatopediou mataron al inofensivo abad y asesinaron a diez pacíficos monjes. El Monasterio de San Pablo fue también destruido en 1309 por ellos, y quemaron completamente los monasterios de Constamonetou y Zographou. En todos ellos torturaban hasta la muerte a los monjes para que dijeran donde habían escondido más oro.
Desde Ouranoupolis cada mañana zarpa una gabarra hacia el puerto de Dafne. A pie no está permitido viajar. Una vez que atraviesas el control mostrando tu diamonitirion puedes abordarla. Al arribar a Dafne hay que proseguir hasta Kariai, o Karies, donde de nuevo hay que presentar el permiso a las autoridades religiosas y al prefecto o representante del Gobierno Griego. Tras ese último trámite uno es libre de recorrer a placer esa península durmiendo en cualquiera de sus veinte monasterios en forma de fortalezas con la condición de arribar antes de la puesta del sol, pues sus portones se cierran hasta el amanecer.
Hay quien alquila un burro lozano para desplazarse (¡las burras están prohibidas!) pero yo preferí caminar airosamente, lo cual es lo más auténtico y apreciado por los monjes al verte arribar a pie, como el verdadero peregrino. El trekking es muy grato; cruzas gargantas, playas, selva frondosa, y se observan muchas flores salvajes por doquier, pinos en lugares insospechados, hay cantos de pájaros, el murmullo del viento, y las mariposas te persiguen. Generalmente entre monasterio y monasterio hay una caminata de 6 a 7 horas yendo despacio, disfrutando el paisaje montañoso, realizando paraditas para absorber el néctar y la ambrosia que ese mágico sendero rezuma.
Tan pronto como arribas a un monasterio has de dirigirte al encargado de acoger al visitante, que es conocido como archondaris, quien primero te invitará a un ouzo (aguardiente griego) con unos dulces llamados “baklava”, te explicará los horarios de los servicios religiosos y del refectorio, y te mostrará el Katholikon, o interior más íntimo y sagrado de la iglesia en el centro del Monasterio, que se llama Kyriako, y es el foco de reunión de los monjes los domingos y las fiestas de guardar para compartir las albricias. A continuación te mostrará tu archondariki, o habitación, que es tipo celda, donde puedes dormir una sola noche.
Recuerdo como si fuera ayer la impresión que me produjo la primera vez que me fue mostrado mi cuarto en el Monasterio de Simono Petras, entré y ¡Dios mío qué emoción! ¡Voto a bríos que aquello era de una belleza extraordinaria, superando la visión del Palacio del Potala en Lhasa! La celda que me asignaron tenía las vistas al mar y se encontraba en un piso muy alto de ese escarpado monasterio erigido sobre rocas poderosas.
Durante el yantar un monje recita en voz alta fragmentos de la Biblia (como en el Monasterio navarro de Leyre, en España) y para beber te sirven vino. Todo es gratuito en el Monthe Athos. El dinero lo repudian pues está considerado una material vil.
Dyonisios fue el segundo monasterio que visité y del que guardo también un placentero recuerdo pues me permitieron participar en las labores monacales, como por ejemplo ayudar en la cocina con las viandas para el ágape de esa noche. De esta guisa rapé berenjenas aderezándolas con especias escogidas a la par que platicaba con los monjes que dominaban el inglés acerca de su vida cotidiana y sobre los misterios de la eternidad. Me hablaron de un monje Peruano, pero en esos días se encontraba en Atenas para gestionar la renovación de sus documentos en Grecia y no pude coincidir con él. Tras la cena siempre se suelen reunir algunos monjes con los invitados para hablar distendidamente sobre aspectos de la Fe Ortodoxa al tiempo que se bebe ouzo sin coerción.
Tras Dyonisios proseguí hacia Grigoriou, luego a Philotheou y aun a Stravronikita. Mi intención era visitar los veinte monasterios del Monthe Athos durante veinte días, pero el día nono de mi peregrinaje, encontrándome en el Monasterio más grande, Magisto Lavra, un suceso infausto aconteció: un caco desalmado había robado la noche anterior un antiguo icono de uno de los monasterios. Enormemente consternados por el hurto el Consejo de Abades había decidido interrumpir la llegada de nuevos visitantes hasta que se averiguara su paradero. Los que estábamos ya allí fuimos “invitados” a dirigirnos en un plazo de 48 horas a Ouranopolis para una inspección. Tenía un último día a mi disposición y elegí visitar un monasterio extranjero, es decir, no Griego. Descarté el Búlgaro y el Serbio, y me dirigí al Ruso, llamado San Panteleimonos. Allí el archondaris era de Creta.
Ese monasterio fue otro de mis preferidos. Sus cúpulas eran de estilo bizantino y sus monjes eran todos Rusos. Algunos procedían del Monasterio de Sergei Posad, cerca de Moscú, otros de la isla de Valaam, en el interior del Lago Ladoga, y un archimandrita era originario de los monasterios de las Islas Solovietskiye, cerca de Arjanguelsk, en el Mar Blanco. Una de las características de San Panteleimonos es su enorme campana, de 15.000 kilos, que está considerada la segunda de más peso del mundo.
El día de mi partida a Ouranopolis sentí un gran vacío y mi corazón se afligió. Intuía que esos diez días eran irrepetibles. Y aunque seguí viajando durante las temporadas que mi trabajo en la Costa Brava española me permitía a lugares exóticos donde me acaecieron muchas cuitas que sorteé con gallardía y conocí a gente gentil además de contemplar innumerables fenómenos de la Naturaleza, nunca más en mi vida volví a experimentar una satisfacción interior tan profunda como esos diez días en los monasterios del Monte Athos.
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