Mijalis Kakoyiannis (luego Michael Cacoyannis) había nacido el año 1922 en Lemessó (Chipre), donde hoy en día un centro escolar lleva su nombre a mucha honra. Hijo de abogado, no tuvo muchas opciones a la hora de escoger su futuro. Pero la carrera de Derecho no le estimulaba lo más mínimo, a pesar de poder permitirse el lujo de estudiar en Londres. Lo que le gustaba desde pequeño era leer historias que le trasladaban a épocas y lugares diferentes, ver películas al aire libre en el cine de barrio y crear sus propias obras para representarlas ante el primero al que pillase a mano. Por eso no tiene nada de sorprendente que terminase acercándose por los camerinos del ilustre Old Vic y que intentase buscar la mejor forma de canalizar su verdadera vocación a través primero de la interpretación (consiguió incluso el papel protagonista del “Calígula” de Camus) y, finalmente, de la dirección de actores. A su regreso a Grecia, en 1953, fue metiéndose en el mundo del cine y filmó un número considerable de películas de muy alta calidad, contratando como protagonistas a las mejores actrices del momento, ya fuera una estrella ya consagrada del teatro helénico, caso de Elli Lambetti, su protagonista de “La muchacha de negro” (1956), ya se tratase de un rostro nuevo, como ocurrió con Melina Mercuri, a quien dio la oportunidad de debutar en la gran pantalla con la excepcional “Stella” (1955), que causó verdadero furor y llegó al público internacional gracias a su presentación en el Festival de Cannes.
Un buen día llegó a sus manos casualmente la obra de un autor trágico del s. IV a. JC., Eurípides. Éste había llevado al teatro unos textos insultantes, políticamente incorrectos, y muy novedosos, tanto por su técnica dramática y musical, como por el tratamiento de los personajes femeninos, de una profundidad psicológica abrumadora. Basta con leer o ver representada una de estas obras para reconocer que son verdaderos alegatos antibelicistas, y esto a Cacoyannis le entusiasmó. Hasta tal punto se vio reflejado e identificado con el autor antiguo que ya no pudo quitarse de su inquieta y fluctuante mente un ambicioso proyecto: llevar al cine una trilogía basándose en las tragedias Ifigenia en Áulide, Electra y Las troyanas. Y, con el tiempo, no sólo las adaptó creando su guión cinematográfico, sino que se recorrió medio mundo montando sus propias versiones teatrales e incluso colaborando en adaptaciones operísticas. En este apasionante y a veces obsesivo viaje siempre estuvo acompañado por Irene Papas, la actriz que, según él, mejor sabía transmitir lo que Eurípides pretendía denunciar a los atenienses de la Época Clásica. A los dos les unía, además de la nacionalidad (que, para un griego, ya es mucho), la traumatizante experiencia de una segunda guerra mundial y otra guerra civil entre hermanos, y un amor pasional y visceral tanto por el arte, en sus diversas manifestaciones, como por el ser humano. Ambos se declaraban profundamente maniáticos, de carácter inseguro, unas veces volcanes en erupción, llenos de ganas y capacidad de trabajo creativo, y otras veces apagados, poco comunicativos y con ganas de desaparecer del mapa. Cuando se unen sus genialidades el fruto es impresionante. Y para eso nos basta ver “Electra” (1962), que, gracias a todos los dioses del Olimpo, se reeditó en Grecia en 2006.
La trilogía trágica de Cacoyannis asombra por el realismo con el que está concebida y representada la acción dramática. Ése es el verdadero sello del director. En las tres destacan las interpretaciones magníficas de las actrices, las bandas sonoras de Mikis Theodorakis y una austeridad y estilización máxima tanto en vestuario como en decorados, preferentemente exteriores reales. El tema fundamental es la denuncia de la violencia en todos los ámbitos posibles, desde el doméstico o familiar (“Electra” e “Ifigenia”) hasta el público, donde siempre prevalecen los intereses políticos y, sobre todo, comerciales (“Las troyanas” y también “Ifigenia”).
La trilogía trágica de Cacoyannis asombra por el realismo con el que está concebida y representada la acción dramática. Ése es el verdadero sello del director. En las tres destacan las interpretaciones magníficas de las actrices, las bandas sonoras de Mikis Theodorakis y una austeridad y estilización máxima tanto en vestuario como en decorados, preferentemente exteriores reales. El tema fundamental es la denuncia de la violencia en todos los ámbitos posibles, desde el doméstico o familiar (“Electra” e “Ifigenia”) hasta el público, donde siempre prevalecen los intereses políticos y, sobre todo, comerciales (“Las troyanas” y también “Ifigenia”).
La primera adaptación que Cacoyannis pretendió
rodar fue la de “Ifigenia”, que, cronológicamente es la primera, ya que narra
los preparativos de la expedición militar de los reyes hermanos Agamenón y
Menelao contra Troya para recuperar a la pérfida Helena, mujer del segundo, que
ha sido supuestamente raptada por Paris. El problema es que la diosa Ártemis se
ha enfadado y no va a haber vientos propicios hasta que Agamenón sacrifique a
su hija primogénita en la costa de Áulide. Así termina haciéndolo y su mujer,
Clitemnestra, promete vengar este homicidio. Luego vendría la acción de “Las
troyanas”, en la que, una vez acabada la guerra de Troya, Eurípides se pone del
lado de los vencidos, lo cual sonaría en las gradas del teatro de Atenas poco
menos que a insulto contra el orgullo nacional. Aquí las protagonistas son
claramente las mujeres troyanas. La reina Hécuba tendrá que servir como esclava
a partir de ahora al astuto Ulises; a su hija Casandra, sacerdotisa del dios
Apolo, se la llevará Agamenón para que se ocupe de las tareas domésticas en su
palacio de Micenas, incluido el lecho; por su parte, Andrómaca, viuda del gran
Héctor, no sólo será esclava del hijo del asesino de su marido sino que,
además, le arrebatan a su propio hijo y lo tiran desde las murallas de la
humeante ciudad para que no quede ningún descendiente troyano de sangre real
capaz de resucitarla algún día de las cenizas. En tercer y último lugar vendría
“Electra”, donde vemos a Clitemnestra esperando ansiosa la llegada de su marido
Agamenón para devolverle el favor y cargárselo con ayuda de su amante Egisto.
Por su parte, como mala madre, expulsa del palacio a sus hijos, los pequeños
Orestes y Electra, los cuales, ya creciditos, se encargarán de vengar la muerte
de su padre asesinando primero a Egisto y, a continuación, a su propia madre.
Ahí quedaría cerrado el ciclo de odio y venganza que el director quería
desarrollar, dándole a su trilogía una unidad temática consistente. Pero,
viendo que no era el momento más adecuado de empezar por la comprometida
“Ifigenia”, el proyecto se aplazó y Cacoyannis empezó a escribir el guión de
“Electra”.
Según algunos de los filólogos
clásicos más prestigiosos del momento, el nuevo texto de la película
–lógicamente en griego moderno- no tenía nada que envidiar al original de
Eurípides y, según los críticos de cine, Cacoyannis había conseguido crear una
verdadera obra de arte usando magistralmente todos los mecanismos necesarios
para traducir el lenguaje verbal al lenguaje cinematográfico. El resultado fue
que los espectadores salían de las salas de proyección impresionados y la
película resultó premiada en prácticamente todos los festivales internacionales
de cine más importantes aquel año. Hay que tener en cuenta, además, que el
público estaba un poco cansado a esas alturas de tanto “peplum”, que lo único
que hacía era desfigurar de tal modo los antiguos mitos griegos que cualquier
parecido con la realidad era pura coincidencia. En “Electra” el efecto de catarsis del antiguo drama ático permanecía
latente. Incluso en el trabajo del equipo de rodaje. En concreto, Irene se
implicó no sólo en la interpretación de una Electra completamente creíble,
bordando escenas como la del enfrentamiento cara a cara entre madre (Aleka
Katseli) e hija, sino que a diario revisaba cada plano que se filmaba y daba a
Cacoyannis su propia opinión sobre el montaje definitivo. Esto le costó el que
enfermase al finalizar la empresa.
Alejandro Valverde García (metakinema.es)
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