La tragedia de su expatriación desde la parte de Anatolia continúa pesando hondamente en el corazón de cada griego actual, independientemente de que antes viviera en la Grecia metropolitana o de que llegara desterrado desde los ricos campos y las boscosas montañas de Asia Menor. Nunca puede olvidarlo. Si es desterrado, vuelve una y otra vez en sus sueños a Anatolia: la añora con nostalgia como Adán y Eva añorarían el jardín den Edén tras la expulsión. Las impresionantes llamas del incendio de Esmirna alumbraron por completo el cielo del Egeo oriental. Dicen que incluso hasta las playas que se encuentran frente a los muros de las celdas de Monte Atos, llegó el resplandor del efímero brillo de las ciudades incendiadas. Las aguas de Esmirna se llenaron de cadáveres. Pero algo más que la injusticia, la atrocidad y la locura de estos históricos momentos ha permanecido en el pensamiento del griego actual: el sentimiento de la riqueza perdida, de la perdida tranquilidad de espíritu. Caminando hoy por las calles de la Grecia metropolitana, se llega forzosamente a los barrios de los refugiados, con las calles de tierra y las filas de chabolas, hechas de latas de petróleo y de cajas de azúcar desarmadas. Se oyen aquí y allá conversaciones que recuerdan el viejo dialecto dórico, un dialecto que en ocasiones ha llegado hasta las playas del Mar Negro, y la ola de la Historia lo ha traído de nuevo ahora a esta estéril playa. Una canción distinta, improvisada en cuartos de tono, habla de Esmirna, de las calles con los cafés uno al lado de otro, las jaulas de cristal que se balancean entre la dulce atmósfera del verano, del arrulllo del narguilé, los peces rojos colgados en las encaladas paredes, donde, en aquel tiempo, cada parroquiano tenía su percha. Tropezando en la basura y en las suciedades de estas calles (¿qué ciudad en Grecia no tiene su barrio de refugiados?) se recuerda Anatolia. Para el griego actual, Anatolia ha llegado a ser un recuerdo que le afecta de vez en cuando, como al hombre que toca con sus dedos una herida cerrada. [...]
Prólogo de Lawrence Durrell a la edición inglesa que se incluye en la edición española de:
Ilías Venezis: Tierra de Eolia (Ediciones clásicas, 1991)
Prólogo de Lawrence Durrell a la edición inglesa que se incluye en la edición española de:
Ilías Venezis: Tierra de Eolia (Ediciones clásicas, 1991)
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