El palacio de mil
estancias
Las intrincadas
estancias del palacio de Cnosos llevaron a Evans a creer que se trataba del
célebre Laberinto del Minotauro. En la imagen, entrada norte al palacio, con el
relieve de un toro.
Restauración de
Cnosos
Escudos en forma de
ocho cubren los muros de la la llamada «Sala de las Dobles Hachas», en el
palacio de Cnosos, que fue reconstruida por Arthur Evans.
Grifo tendido
Una serie de grifos,
animal fantástico con cuerpo de león y cabeza de águila, decoraban la Sala del
Trono. Se cree que, en este caso, la restauración es bastante fiel.
Arthur Evans y su
equipo
Imagen tomada durante
la reconstrucción del palacio de Cnosos. Museo Ashmolean, Oxford.
La lengua minoica
Arthur Evans nunca
logró descifrar el contenido de las tablillas descubiertas en Cnosos. Sí
concluyó que se distinguían dos tipos de escritura, o más bien dos lenguas, el
Lineal A y el Lineal B, y que correspondían a inventarios, pues fue capaz de
diferenciar la gran cantidad de listados y «números» que en ellas aparecían. En
la imagen, tablilla micénica con escritura Lineal B. museo de Heraclión
Procesión de jóvenes
Unos jóvenes de
cuerpo esbelto, vestidos con el típico faldellín minoico, portan recipientes
para una ceremonia religiosa. Fresco de las Procesiones, Cnosos.
Damas de azul
Esta famosa imagen fue
pintada por Gilliéron a partir de unos pocos fragmentos del original. Copió los
rostros de otro fresco de Cnosos, el de los Coperos.
Creta, el descubrimiento de
Cnosos
nationalgeographic.com.es
A mediados
del siglo XIX, los orígenes de la antigua Grecia estaban envueltos en la
oscuridad o, en todo caso, en el mito. Por entonces, la historia de Grecia solía empezarse con la
primera Olimpiada (776 a.C.), y lo acaecido antes pertenecía al dominio
de dioses y héroes legendarios como los que poblaban los poemas de Homero.
Todo cambió
gracias a un alemán, Heinrich Schliemann, que en 1870 anunció que había descubierto, en un promontorio del oeste de
Turquía, las ruinas de Troya,el escenario de la mítica guerra relatada
por Homero en la Ilíada. Poco después, el mismo Schliemann excavaría Micenas
y Tirinto, dos de las
ciudades griegas de las que procedían los guerreros homéricos. La Grecia
micénica, como se denomina el período entre 1600 y 1150 a.C., no era una
ficción poética, sino una realidad demostrada por la arqueología.
Estos
hallazgos tuvieron un gran impacto en el resto de investigadores.
En 1882, un
joven inglés visitó a Schliemann
en Atenas. Llegó con una carta de presentación de su padre, un renombrado
geólogo y anticuario a quien el alemán había conocido en Inglaterra. El joven
escuchaba sin gran interés a Schliemann hablar de Homero; lo que de verdad le
atraía eran los objetos micénicos con grabados diminutos, que examinó
cuidadosamente con sus ojos de miope. Eran tan distintos del arte griego clásico que le fascinaron, no
porque compartiera el empeño del investigador alemán en asociarlos a la edad
homérica, lo que ya era una osadía para la época, sino porque creía que eran incluso anteriores.
Ese joven
era Arthur Evans. Había
nacido en 1851, cerca de Londres, y a los quince años visitó con su padre, John
Evans, las excavaciones
paleolíticas del valle del Somme, en Francia. Ahí surgió su pasión por
la arqueología. Más tarde, siendo estudiante de Oxford, dedicó los veranos a
viajar por yacimientos arqueológicos de Europa, especialmente en los Balcanes, donde el
paisaje y la mezcla de culturas le
entusiasmaron; de allí volvió a Londres vestido como un turco: pantalones
bombachos, faja carmesí y chaqueta sin mangas.
Cuando en
1878 se prometió con Margaret Freeman, mientras visitaban la exposición
londinense de las antigüedades troyanas de Schliemann, la convenció para
instalarse en Ragusa (la actual Dubrovnik, en Croacia), donde Evans se convirtió en corresponsal del diario The
Manchester Guardian.
De nuevo en
Londres, Evans consiguió el cargo de conservador del Museo Ashmolean, de la
Universidad de Oxford, que en el siglo XIX reunía una de las más ricas colecciones arqueológicas de Europa. Pese a ello
siguió visitando yacimientos en Europa con el pretexto de adquirir nuevas
piezas para el museo. Su mujer, Margaret, siempre iba con él, hasta que cayó
enferma de tuberculosis y falleció en 1892.
Creta, la
isla de Minos
Tras la
muerte de su esposa, Evans dirigió su mirada a Creta. La isla era un foco de
atracción arqueológica; desde
hacía décadas, los arqueólogos iban tras las huellas del legendario rey Minos,
quien, según el mito, encargó a Dédalo la construcción del Laberinto donde se
ocultaba el monstruoso Minotauro
–mitad hombre, mitad toro–, al que el príncipe ateniense Teseo dio
muerte con ayuda de la hija del rey, Ariadna.
Un arqueólogo griego, Minos Kalokairinos, creyó haber hallado los restos
del Laberinto en unas excavaciones realizadas en 1878 en el montículo de Kefala,
cerca de Heraclión, donde, según la tradición, se hallaba la antigua ciudad de
Cnosos. Kalokairinos despertó la curiosidad de otros arqueólogos, incluido Schliemann,
pero el lugar al final no fue excavado. Por su parte, el arqueólogo italiano
Federico Halbherr investigó otros yacimientos de la isla y halló gran número de
inscripciones.
En Oxford,
Evans prestó especial atención a las inscripciones halladas en Creta, sobre las
que Halbherr y otros estudiosos le mantenían informado. Evans estaba entonces interesado en los
orígenes de la escritura griega. Estaba convencido de que "en
el territorio griego, donde la civilización echó sus primeras raíces en suelo
europeo, debió de haber existido un sistema de escritura primitivo.
En el Museo
Ashmolean había analizado unos sellos con inscripciones, anteriormente
clasificados como "fenicios"; Evans, sin embargo, advirtió que los símbolos se parecían a los
de inscripciones cretenses recientemente descubiertas y concluyó
que correspondían a un sistema de escritura desconocido, anterior a la
escritura griega. En 1893, en un viaje a Atenas, compró una
serie de sellos, supuestamente
originarios de Creta, con intrigantes signos. Evans decidió que tenía
que investigar la cuestión en persona, aunque tuviera que renunciar a su puesto
en el Museo.
En el reino
de Minos
Evans llegó a
Creta en marzo de 1894. Tras un encuentro con Halbherr y Kalokairinos, enseguida
se dirigió al yacimiento de Cnosos. Una primera inspección le confirmó el gran
interés del lugar: "En cuanto lo vi, sentí que era muy importante porque
era el centro en torno al que giraban todas las leyendas de la Grecia
antigua", recordaría más tarde. Pero el gobierno otomano, al que pertenecía Creta, ponía impedimentos:
obligaba a los arqueólogos a comprar las tierras que querían excavar,
cosa que, por ejemplo, había rechazado Schliemann. En los años siguientes,
Evans hizo varios viajes a Creta, hasta que en 1899 creó el Fondo para la
Exploración de Creta y compró los terrenos de Cnosos. El 23 de marzo de 1900 comenzó la excavación.
"En cuanto lo vi, sentí que era muy importante
porque era el centro en torno al que giraban todas las leyendas de la Grecia
antigua"
Evans había
visitado muchos yacimientos, pero nunca había organizado una excavación. Por
ello se rodeó de colaboradores
experimentados, como Theodor
Fyfe, un arquitecto encargado de dibujar los planos, así como del
arqueólogo escocés Duncan Mackenzie, que dirigía las excavaciones y supervisaba
a las decenas de trabajadores encargados de despejar el terreno y acarrear
escombros. En pocos días afloró una gran construcción: "un fenómeno de lo más extraordinario;
nada griego, nada romano", según Evans.
Se trataba de
un intrincado espacio de unas dos hectáreas de extensión, con unas mil salas
comunicadas entre sí. De inmediato, Evans relacionó los hallazgos con el
célebre rey Minos. La estructura
tenía que ser el Laberinto del Minotauro. Cuando en una de las
estancias apareció un gran asiento de yeso empotrado en la pared pensó que se
hallaba en la "sala del trono", e identificó otra estancia cercana
como "sala de la reina". Pensó que en uno de los patios se celebraron
grandes asambleas, con los ancianos sentados en un lateral "mientras el rey se sentaba orientado hacia la
entrada, en la Silla de la Justicia situada en el majestuoso
pórtico del otro lado".
A sus ojos, Cnosos fue
un lujoso palacio habitado por príncipes que disfrutaban de una vida regalada,
rodeados de una corte de damas con vestidos escotados. Mackenzie, en cambio,
era más comedido, y en sus diarios se limitaba a describir la textura y los
colores del suelo, el trabajo propio de un arqueólogo científico.
Evans no se
limitó a dejar volar su imaginación a la vista de las ruinas, sino que incluso se atrevió a reconstruirlas. En
efecto, al volver a Creta para su segunda campaña de excavaciones, los arqueólogos
se encontraron con el yacimiento asolado por las lluvias. Evans se dio cuenta
de que había que empezar,
paralelamente a la excavación, con las labores de restauración y conservación.Además,
quería que incluso el visitante profano pudiera sentir y comprender aquella
maravilla de la Antigüedad.
La restauración de Evans es hoy día objeto de
críticas, pues es muy agresiva y arqueológicamente poco fiel
En cuanto a
las estancias en dos alturas, Evans probó a sostenerlas con vigas de madera, y
ensayó con fustes y capiteles de piedra, pero el resultado no era del todo
satisfactorio. Al final usó
hormigón armado, lo que impidió que los restos se desplomaran, sobre
todo dada la cantidad de terremotos que han asolado Creta. Esta restauración es
hoy día objeto de críticas, pues es muy agresiva y arqueológicamente poco fiel,
ya que Evans recolocó los restos
donde le "parecía" que debían estar, aunque debe situarse en
el contexto de una época en que la arqueología se
debatía entre su pasado anticuario y su futuro científico.
El enigma de
las tablillas cretenses
El entusiasmo
de Evans aumentó cuando entre las ruinas del antiguo palacio aparecieron restos
de pinturas murales. El arqueólogo
decidió también "restaurar" los frescos, lo que para él
significaba completarlos a partir de los fragmentos rescatados. Encargó esta
tarea a dos artistas suizos, padre e hijo, ambos llamados Émile Gilliéron.
Aunque se basaron en evidencias arqueológicas y en su experiencia previa en
Micenas, el trabajo de los Gilliéron resultó muy controvertido y los estudiosos
actuales consideran que algunos elementos de las restauraciones son una mera
invención.
Los
descubrimientos de Cnosos tuvieron enorme repercusión. Evans informó por telegrama a The
Times de sus primeros hallazgos y al volver a Londres
realizó conferencias por Gran Bretaña. Gracias a ello logró nuevas subvenciones
que le permitieron pagar hasta a 250 trabajadores. Pero el interés del público decayó pronto y el Fondo para la Exploración
de Creta se quedó sin dinero en 1906, lo que obligó a suspender los
trabajos. La herencia que le dejó su padre y la de otro familiar resolvieron
los problemas financieros de Evans que, a pesar de ello, no reanudó las
campañas de excavación.
Evans había
acudido a Creta con el propósito de resolver el enigma de su escritura y las
excavaciones en Cnosos le habían proporcionado multitud de tablillas de barro
con inscripciones, conservadas gracias a que se cocieron en un incendio. "Aún más interesante que las reliquias
artísticas es el descubrimiento de las tablillas de barro. Estoy
muy satisfecho, puesto que es a lo que vine a Creta", escribió en su
diario. A partir de 1905 Evans, instalado en una mansión junto al yacimiento,
llamada Villa Ariadna, se dedicó a
transcribir y organizar las cerca de 3.000 tablillas que había encontrado y las
publicó en una serie de volúmenes titulados Scripta Minoa.
Su nombre quedó asociado para siempre al
descubrimiento de la más antigua civilización del Egeo
La primera
guerra mundial le obligó a volver a Oxford. Al final del conflicto siguió
viajando a Creta, pero cada vez menos; prefería dedicarse a escribir, todavía
con una pluma de ave. El 5 de febrero de 1924 cedió Cnosos a la Escuela
Británica de Atenas. Por entonces,
la prensa se hacía eco de los asombrosos hallazgos en la tumba de Tutankamón y él se sintió relegado. Pero tras su muerte, en
1941, a los noventa años, su nombre quedó asociado para siempre a uno de los
mayores descubrimientos de la arqueología: el de la más antigua civilización
del Egeo, llamada "minoica" en honor del mítico rey Minos.
Δεν υπάρχουν σχόλια:
Δημοσίευση σχολίου