Σάββατο 25 Φεβρουαρίου 2012

ΜΕΡΕΣ ΑΛΕΞΑΝΔΡΕΙΑΣ 2

El invierno no dura demasiado en Alejandría; tal vez no llega nunca de verdad al centro de la ciudad. Las altas olas que lamen las paredes de las primeras casas a orillas del mar y las lluvias frecuentes no bastan para dar a los alejandrinos la sensación de un invierno riguroso. Durante todos aquellos años, Járamis no guardaba un único recuerdo de nieve espesa y pesada en los sicomoros de Mamudieh; sus conciudadanos consideraban los copos blancos un capricho divino, un error de la naturaleza que ya se sospechaba que no volverían a aparecer tan pronto.
Sea como fuere, el invierno de 1914-1915 pasó como una nube por el cielo de Alejandría. Pronto llegó la Navidad, con los abetos, los nacimientos y sus figuras, los ragalos, las recepciones, las filas delante de los almacenes y las iglesias cristianas. Por las tardes, Elias y Arapidis tomaban una copa en la terraza del club Mohamed Ali, conversaban con Banqueros y comerciantes de algodón y admiraban a las mujeres elagantes que iban de compras a los boutiques de Sherif Pashá. En el club, el Libanés jugaba y perdía mucho, mientras Yvette echaba pestes viendo los beneficios del burdel desparecer como el humo. La sombra de la guerra en Europa no empañaba el ambiente de fiesta que reinaba en las calles. En los cafés de los barrios populares de Attarine y de la calle de Anastassi, los griegos jugaban a las cartas y se emborrachaban en las tascas. En las residencias acomodadas del Barrio Griego las recepciones estaban en pleno apogeo. No era raro que recibieran dos o tres invitaciones al día, lo que les permitía elegir la velada. Adonis celebró los Reyes en su casa el día de Año Nuevo –Kostís obtuvo la moneda de oro- y en la fábrica tres días más tarde. A mediados de enero hizo lo mismo con el personal de sus amores clandestinos en Sultán Husseín y pasó una noche en una suite de lujo del Shepheard, en los brazos de Yvette. A principios de febrero, entregó la primera parte del pedido de cigarrillos al ejército británico y puso en marcha la construcción de una nueva ala en su fábrica. Había obtenido un préstamo bancario muy decente del banco Land, gracias a su director, Kiriakos Asprakis, hermano de la mujer de Zanasis. Las dos familias habían vuelto a establecer relaciones y Kostís había reemprendido tímidamente sus visitas a Bab Sidra. Los acontecimientos mundiales no hacían mella en Alejandría. La rigurosa censura impuesta por los británicos detenía como un dique las noticias de los frentes de guerra. Los que sabían exactamente lo que estaba pasando en el mundo exterior –entre ellos Elias- eran muy pocos. El ataque de Yamal Pashá contra los británicos en el canal de Suez llegó a la ciudad como un eco lejano.
Sin embargo, en las fiestas de carnaval no hubo desfile de carrozas. Fue triste para Majos, a quien le volvían loco, al igual que las pequeñas peladillas de yeso envueltas en papel de colores, las carnandoli. La artillería pesada de los que participaban en la “batalla del carnaval” se redujo a simples habichuelas. Los célebres bailes de Esquilo y de Alhambra no se llevaron a cabo. A modo de premio de consolación, los niños se conformaron con los numerosos bailes de disfraces que dieron las familias.
Dimitris Stefanakis: Los Dias de Alejandría (Lumen, 2012)

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