En el I congreso del Comité Olímpico Internacional de 1894 en la Sorbona, salió elegido como primer presidente el comerciante griego Demetrius Vikelas, que dos años más tarde en 1896, sería sustituido por el Barón Coubertin. Se sugirieron una gran cantidad de deportes para el programa de Atenas, y como resultado el primer anuncio oficial acerca de los eventos que se desarrollarían incluyó deportes como fútbol y críquet. Estos planes no se concretaron y no todos los deportes anunciados inicialmente estuvieron en la lista final, tan solo once deportes (Atletismo, Ciclismo, Esgrima, Gimnasia, Halterofilia, Lucha, Natación, Tenis, Tiro) fueron incluidos en el programa de los juegos, y el Remo y la Vela fueron incluidos pero tuvieron que ser cancelados debido a los fuertes vientos el día de la competición. (es.wikipedia.org)
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El primer ganador fue James B. Connolly, quien con un deplorable y ridículo estilo, se impuso en salto en triple. De esa manera fue también el comienzo de oír asiduamente el himno norteamericano y ver subir a los mástiles la bandera de barras y estrellas.
Tan ridículos como los de Connolly, eran los desplazamientos de su compatriota Robert Garrett en el lanzamiento del disco, una especialidad desconocida fuera de Grecia. Garrett, que se dedicaba al lanzamiento de la bala, estudió los dibujos de las ánforas antiguas y mandó fabricar un enorme y pesado artilugio para ir entrenándose.
En el momento de la verdad se encontró que el disco griego era más pequeño y más liviano. En el calentamiento y en los dos primeros intentos, los movimientos de Garrett eran tan torpes y sus envíos carentes de dirección que el público lo tomo en broma, abucheándolo y riéndose de él.
Pero de la broma al estupor hubo apenas un paso. En la tercera y última oportunidad, Garrett se quedó con el triunfo y toda Grecia se indignó al verse despojada de su especialidad atlética favorita. Y a la vez, el norteamericano se convertiría, al día siguiente, en el primer doble campeón olímpico, al triunfar en bala.
El primer ganador fue James B. Connolly, quien con un deplorable y ridículo estilo, se impuso en salto en triple. De esa manera fue también el comienzo de oír asiduamente el himno norteamericano y ver subir a los mástiles la bandera de barras y estrellas.
Tan ridículos como los de Connolly, eran los desplazamientos de su compatriota Robert Garrett en el lanzamiento del disco, una especialidad desconocida fuera de Grecia. Garrett, que se dedicaba al lanzamiento de la bala, estudió los dibujos de las ánforas antiguas y mandó fabricar un enorme y pesado artilugio para ir entrenándose.
En el momento de la verdad se encontró que el disco griego era más pequeño y más liviano. En el calentamiento y en los dos primeros intentos, los movimientos de Garrett eran tan torpes y sus envíos carentes de dirección que el público lo tomo en broma, abucheándolo y riéndose de él.
Pero de la broma al estupor hubo apenas un paso. En la tercera y última oportunidad, Garrett se quedó con el triunfo y toda Grecia se indignó al verse despojada de su especialidad atlética favorita. Y a la vez, el norteamericano se convertiría, al día siguiente, en el primer doble campeón olímpico, al triunfar en bala.
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Tres pruebas constituían el calendario de la natación, todos ellas de estilo libre. ¡Y tan libres, como que se disputaron en mar abierto! El escenario fue la bahía de Zea, en el Pireo. Y tanto la salida como la llegada estaban establecidas por barcazas y boyas.
El mar estaba picado y los problemas crecieron por el mal tiempo. La última prueba era sobre 1.200 metros. Tres botes llevaron a los nueve participantes y a los jueces hasta la largada. El mar estaba embravecido y a poco metros de la partida el lote se redujo a cuatro nadadores.
El húngaro Hajas, que había ganado en 100 metros, cuenta en sus memorias: "Para cubrirme del frío unté mi cuerpo con grasa, pero nada podía hacer para contrarrestar las fuerza de las gigantes olas. Era cómodo puntero, pero sentí fuertes calambres cuando faltaban 400 metros.
"Busqué una embarcación para protegerme y advertí que a mi alrededor imperaba la soledad. Los barcazas se habían ido. Reviví la visión de mi padre ahogándose en el Danubio, cuando mis brazos no pudieron sostenerlo. Entonces, puse todas mis fuerzas en las brazadas y las patadas. Me impulsaba una supuesta imagen suya tendiéndome sus manos. Y sólo cuando toque tierra volví a la realidad, mientras el público me ovacionaba".
Tres pruebas constituían el calendario de la natación, todos ellas de estilo libre. ¡Y tan libres, como que se disputaron en mar abierto! El escenario fue la bahía de Zea, en el Pireo. Y tanto la salida como la llegada estaban establecidas por barcazas y boyas.
El mar estaba picado y los problemas crecieron por el mal tiempo. La última prueba era sobre 1.200 metros. Tres botes llevaron a los nueve participantes y a los jueces hasta la largada. El mar estaba embravecido y a poco metros de la partida el lote se redujo a cuatro nadadores.
El húngaro Hajas, que había ganado en 100 metros, cuenta en sus memorias: "Para cubrirme del frío unté mi cuerpo con grasa, pero nada podía hacer para contrarrestar las fuerza de las gigantes olas. Era cómodo puntero, pero sentí fuertes calambres cuando faltaban 400 metros.
"Busqué una embarcación para protegerme y advertí que a mi alrededor imperaba la soledad. Los barcazas se habían ido. Reviví la visión de mi padre ahogándose en el Danubio, cuando mis brazos no pudieron sostenerlo. Entonces, puse todas mis fuerzas en las brazadas y las patadas. Me impulsaba una supuesta imagen suya tendiéndome sus manos. Y sólo cuando toque tierra volví a la realidad, mientras el público me ovacionaba".
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Aunque no fue la jornada de clausura el viernes 10 de abril de 1896 fue el día memorable de los primeros Juegos. El día de la maratón, donde los griegos esperaban una victoria compensatoria de haber perdido su prueba clásica: el lanzamiento del disco.
Mientras se cubría la distancia entre Maratón y Atenas, se desarrollaban en el estadio las pruebas finales de atletismo, alternadas con las competencias de esgrima y de lucha grecorromana, para el entretenimiento de la multitud.
Pero el público estaba nervioso, tanto por las primeas malas noticias procedentes de la maratón, como las repetidas victorias norteamericanos, a las que sumaron en esos momentos los triunfos en vallas y salto con garrocha, para exasperar más el ánimo de los espectadores, quienes se unieron en un grito: "¡Profesionales!", al no comprender esa superioridad y achacar a una supuesta dedicación profesional al abismo que los separaba de los amateurs helénicos.
La bronca se hacía cada vez más intensa, cuando, de pronto, entró un jinete a caballo y anunció la cercanía de los maratonistas, con ¡un griego al frente! Desaparecieron los gritos acusatorios y afloró en toda su dimensión el clamor patriótico.
La leyenda cuenta que Filípides, el soldado-mensajero, enviado para anunciar la victoria de la batalla de Maratón, había muerto al llegar a Atenas y se ponía en duda si los atletas podrían completar los cuarenta y pico kilómetros de la distancia histórica. Los ensayos previos demostraron que era posible y la maratón fue incluida en el programa.
Hubo 37 inscriptos, 12 desistieron antes de la partida. Entre los 25 restantes sólo habían tres norteamericanos y un húngaro. En el grupo de los griegos había un hombrecillo de 1,63 metros de estatura, que en su niñez fue pastor y luego panadero, albañil y cartero, esto último como si fuese descendiente del mensajero Fílipides.
Se llamaba Spiridon Louis. Al cabo de tres horas de extenuante esfuerzo, hizo su entrada triunfal al estadio, con el número 17 sobre su vestimenta blanca. A modo de escolta, en medio del delirio general, entró un escuadrón de caballería.
El entusiasmo rompió con todos los reglamentos y protocolos. Los príncipes Constantino y Jorge saltaron a la pista, agarrando cada uno por un brazo a Louis y cubriendo con él los últimos tramos de la carrera. La multitud invadió la pista.
Atenas y Grecia vivían su día más feliz, porque Spiridon Louis, el pastor de Marussi, era el sucesor del heroico mensajero de Maratón y la estrella rutilante de los Primeros Juegos Internacionales de Atenas, que celebraron la primera Olimpiada de la Era Moderna
Por Eduardo Alperín (espndeportes.espn.go.com)
Aunque no fue la jornada de clausura el viernes 10 de abril de 1896 fue el día memorable de los primeros Juegos. El día de la maratón, donde los griegos esperaban una victoria compensatoria de haber perdido su prueba clásica: el lanzamiento del disco.
Mientras se cubría la distancia entre Maratón y Atenas, se desarrollaban en el estadio las pruebas finales de atletismo, alternadas con las competencias de esgrima y de lucha grecorromana, para el entretenimiento de la multitud.
Pero el público estaba nervioso, tanto por las primeas malas noticias procedentes de la maratón, como las repetidas victorias norteamericanos, a las que sumaron en esos momentos los triunfos en vallas y salto con garrocha, para exasperar más el ánimo de los espectadores, quienes se unieron en un grito: "¡Profesionales!", al no comprender esa superioridad y achacar a una supuesta dedicación profesional al abismo que los separaba de los amateurs helénicos.
La bronca se hacía cada vez más intensa, cuando, de pronto, entró un jinete a caballo y anunció la cercanía de los maratonistas, con ¡un griego al frente! Desaparecieron los gritos acusatorios y afloró en toda su dimensión el clamor patriótico.
La leyenda cuenta que Filípides, el soldado-mensajero, enviado para anunciar la victoria de la batalla de Maratón, había muerto al llegar a Atenas y se ponía en duda si los atletas podrían completar los cuarenta y pico kilómetros de la distancia histórica. Los ensayos previos demostraron que era posible y la maratón fue incluida en el programa.
Hubo 37 inscriptos, 12 desistieron antes de la partida. Entre los 25 restantes sólo habían tres norteamericanos y un húngaro. En el grupo de los griegos había un hombrecillo de 1,63 metros de estatura, que en su niñez fue pastor y luego panadero, albañil y cartero, esto último como si fuese descendiente del mensajero Fílipides.
Se llamaba Spiridon Louis. Al cabo de tres horas de extenuante esfuerzo, hizo su entrada triunfal al estadio, con el número 17 sobre su vestimenta blanca. A modo de escolta, en medio del delirio general, entró un escuadrón de caballería.
El entusiasmo rompió con todos los reglamentos y protocolos. Los príncipes Constantino y Jorge saltaron a la pista, agarrando cada uno por un brazo a Louis y cubriendo con él los últimos tramos de la carrera. La multitud invadió la pista.
Atenas y Grecia vivían su día más feliz, porque Spiridon Louis, el pastor de Marussi, era el sucesor del heroico mensajero de Maratón y la estrella rutilante de los Primeros Juegos Internacionales de Atenas, que celebraron la primera Olimpiada de la Era Moderna
Por Eduardo Alperín (espndeportes.espn.go.com)
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