Grecia celebra la batalla de Lepanto, una de las más
importantes en la Historia de España
César Cervera (abc.es,
10-2017)
Al finalizar la batalla de Lepanto, «la más alta ocasión que vieron los
siglos», que diría Miguel de Cervantes, las aguas quedaron teñidas de sangre por la enorme cantidad de cadáveres
que flotaban allí. «Fue tan sangrienta y horrenda que parecía que la mar y el
fuego fuesen todo uno», describió un soldado presente. Sin embargo, en la noche
de este sábado, 446 años después de la contienda, lo que se iluminó de rojo fue
el cielo allí donde lucharon la Santa Liga,
encabezada por España, y el Imperio otomano.
Un torrente de fuegos artificiales puso la guinda a la conmemoración de la
batalla que celebra desde hace quince años la pequeña ciudad griega de Náfpaktos.
Lepanto es solo una
corrupción del nombre griego Náfpaktos. Una pintoresca localidad situada justo
al inicio del Golfo
de Corinto, que no aparece destacada en las guías turísticas y
cuyo pasado guerrero solo se intuye por las hermosas fortificaciones que
saltean su geografía, incluido un puerto flanqueado por unas murallas
almenadas. En lo alto, los dormidos cañones de bronce permanecen vigilantes, en
vano, ante el transcurso del tiempo. La ciudad asciende por una colina
adyacente, en una maraña de caminos que alternan casas y jardines hasta llegar
a un inexpugnable castillo de
inspiración italiana. Aquel 7 de octubre de 1571, algunos
de los consejeros del comandante turco, Alí Pasha,
le recomendaron que evitara el combate y buscara la protección de los fuertes y
baterías repartidas entonces por el golfo de Patras.
El turco insistió en presentar batalla.
Portadores de paz
Hoy, la guerra solo
visita el tranquilo Lepanto una vez al año. Durante la primera semana de
octubre la localidad se vuelca con un programa de actividades culturales
(regatas, exposiciones, conferencias, conciertos…), que no quiere ya celebrar
la guerra contra los turcos, sino la historia de las naciones
latinas. «Somos portadores de paz.
Celebramos nuestra identidad y nuestra historia común», señala el presidente de
la Ruta
de la Batalla de Lepanto. La Santa Liga levantada por el
Papa Pío V estaba formada por Venecia, el Imperio español,
Génova, el
Ducado de Saboya, la Orden de Malta y los propios Estados
Pontificios. Todos aliados contra el Imperio otomano, que había
causado el abandono de miles de poblaciones pesqueras y que, como en el Levante
español, extendió la frase «no hay moros en la costa» para representar el
pánico que algunos le tenían a lo que traía cada mañana el Mediterráneo.
«La representación
aborda temas diversos que van más allá de la guerra en sí, como son la
dificultad de un acuerdo político entre estos países cristianos, el papel de
los fanáticos religiosos (en ambos lados) o la irracionalidad de las batallas»,
expone Dimitris Sioundas, director de la obra teatral desde hace cuatro años. No
se trata de un relato probélico o una oda nacionalista.
Y si en el siglo XX dijo Unamuno aquello
de ¡que inventen ellos!; en el XXI España lo que grita con su historia militar
es ¡que la conmemoren otros! ¿Se imagina alguien que los franceses recordasen
en solitario el Desembarco de Normandía?
¿O los estadounidenses la Guerra de Cuba de
1898 sin los cubanos? En otro ejercicio de desidia hispánica, Grecia celebra
más que ningún otro país la que tal vez es la batalla más importante en la que
España ha participado, con gran peso, y en la que se frenó un maremoto turco
que amenazaba con invadir incluso Italia. «Aquí la batalla no es tan estudiada,
pero sabemos que fue un pasaje clave para salvar Europa y sus valores. Los
griegos solo ofrecieron el escenario para que los españoles vencieran», asegura Giorgos
Kaminis, alcalde de Atenas . Él, como otros políticos y personalidades helenas, no quisieron
perderse la celebración.
El entusiasmo
griego contrasta con el escaso interés español por rememorar Lepanto. Solo Alcalá
de Henares, cuna de Cervantes, y el pueblo tinerfeño Valle
de Guerra (La Laguna) organizan actividades reseñables
estos días. «Los españoles conocen la historia de la batalla de Lepanto mejor
que los griegos, que lo ven simplemente como otra reivindicación de su
orgulloso papel de baluarte de la cultura occidental ante las presiones orientales.
Pero también sospecho que muchos españoles no saben que Lepanto está en
Grecia», afirma Enrique Viguera, embajador español en Grecia.
Héroes olvidados
Aparte de los
escudos de la Monarquía Hispánica que
adornan las calles, la representación española estos días en las actividades se
reduce a la asistencia del embajador español y a la estatua de
Cervantes, combatiente en la batalla, que el año pasado instaló
en el puerto el ayuntamiento de la localidad y sufragaron distintas
instituciones españolas. Más por decoro que por un sentido práctico, los
altavoces que anuncian la representación del sábado lo hacen también en
castellano. No en vano, Felipe II pagó la mitad de los gastos de la campaña, puso 90 galeras y 20.000
de los hombres de infantería, entre españoles e italianos de Sicilia, Milán y
Nápoles. Álvaro
de Bazán, Juan
de Austria, Lope
de Figueroa y otros héroes olvidados tuvieron un ejercicio
crucial en la contienda.
Se pone el sol en Lepanto. Un desfile carnavalesco, a golpe de tambor,
advierten la batalla cuando no se han cumplido las ocho y media de la noche. La
representación tiene lugar en el puerto. Una voz femenina narra los hechos, que
se visten de luces de colores, proyecciones y música bélica para darle la
máxima amenidad. Un grupo de actores de la localidad, en su mayoría jóvenes,
encarnan versiones circenses de Don Juan, Alí Pasha o Marco
Colonna. Por supuesto, no falta el tono sombrío y la voz
malvada cuando toman la palabra los otomanos. La delegación turca también
brilla por su ausencia en la ciudad, como queriendo respetar todavía el bando con el que el sultán amenazó,
bajo pena de empalamiento, al que hablara de la derrota musulmana en 1571.
El público griego
vive con emoción muda el espectáculo, en cuyo momento apoteósico se encuentran
en medio del puerto dos embarcaciones blancas decoradas a modo de galeras: La Sultana Turca contra La Real Cristiana.
Es imposible trasladar la magnitud del auténtico combate. En octubre de 1571,
casi medio millar de galeras quedaron entrelazadas en un baño de sangre
espantoso. Las 30.000 bajas turcas dan fe del nivel de violencia alcanzado, en
una lucha más propia de un campo de batalla terrestre que de uno naval. Los
griegos asistieron como testigos de excepción a la lucha frente a su costa. Igual que ahora.
Escudo de la Monarquía hispánica en un pasacalles en la ciudad de Lepanto (Grecia)
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